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¡Bienvenidos! Este no es un blog de repostería creativa al uso. Aquí tenéis una mezcla de dos aficiones: los postres y escribir lo primero que se me viene a la cabeza. Echadle un poquito de azúcar y humor a vuestras vidas, seguro que os sentiréis mejor. ¡Gracias por leerme!

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Un abrazo... Dulcemente

martes, 2 de abril de 2013

Y EL PREDICTOR DIJO... ¡SÍ!

            ¡Qué bonito es eso de estar embarazada!
…si no fuera porque, de repente, pasas de ser una mujer hecha y derecha, moderna, sofisticada, madura y equilibrada a ser un trozo de carne vapuleada vilmente por un hatajo de hormonas embravecidas y puñeteras.

            Y es que, estás ahí, en el sofá, viendo la tele tranquilamente y sale un anuncio de potitos ¡y ya la hemos liado! Venga a llorar y a llorar. Que parece que nos han metido en la casa de “gran hermano” y ahí estamos... ¡magnificando sentimientos!
            Como, cuando estás embarazada, tienes el cuerpo como vuelto del revés, os traigo unos Cake pops que van boca abajo. Además llevan “sorpresa” dentro  (por motivos más que evidentes) Estos son unos Red Velvet Cheesecake-pops. (Por contentar a una hermana mía bastante poco anglosajónica y nada angloparlante, lo traduzco: Pops de bizcocho terciopelo rojo y tarta de queso) Asombrosamente delicioso.




            Pero volvamos al tema que nos ocupa. Os preguntaréis por qué me lío a hablar de embarazos y no de las focas-monje, por ejemplo. Muy sencillo. De un tiempo a esta parte, han florecido como setas los embarazos a mi alrededor. (Aviso importante: chicas, aunque no vaya a citaros directamente con nombres y apellidos, este post es para vosotras) Últimamente, mi trabajo parece la sala de espera del ginecólogo. Yo paso con mucho cuidadito, despacito, despacito, no sea que se me pegue. Lo bueno de tener embarazadas cerca es que te permite hacer hueco en el armario. He pasado mi caja de ropa pre-mamá a una de ellas y ya me estoy relamiendo de gusto con la cantidad de espacio extra que tendré cuando encasquete todo lo relacionado con el bebé...

     
       Cuando te quedas embarazada, la matrona te dice, entre otras cosas: “puedes comer de todo”. Entonces te vas con tu chico a cenar por ahí para celebrar la buena noticia. Coges la carta y empiezas:
- “Mmmm… Ensalada no, no sea que esté mal lavada. ¡Carpacchio! Mmm tampoco, está crudo; una ración de jamón... ¡oh, Dios mío, no! ¡nada de embutidos!. ¿Qué tal un poco de shusi? ¡pescado! ¡ni hablar! ¿y si no ha estado congelado?... Estonces llega el solícito camarero y no te queda más remedio que pedir, abochornada, un poco de agua (mineral, of course) y un cacho de pan... “Oiga, no, mire, que mejor me voy a mi casa, que tengo unas ganas de vomitar...”
            Luego llega tu madre. Y le intentas explicar el por qué de cada uno de los consejos que te han dado. Tu madre te mira, te escucha, y, cuando terminas, te dice: “Pues en mis tiempos no hacíamos nada de eso y ¡ya ves! Cinco hijos bien sanotes”. Y se da la vuelta meneando la cabeza. Y tú te quedas ahí plantada, con cara de lela, pensando en una réplica ingeniosa que no llega.

            Pero no todo es negativo. Quedarse preñada también mola. Es genial que todo el mundo te cuide, te mime, esté pendiente de ti. “No, mujer, siéntate” “¿Qué dices de limpiar cristales? ¡Quita, quita! Ya voy yo a tu casa y les doy un repasito. Y de paso, te plancho” “¿Quieres un cojín para los pies?” “Ya recojo yo la mesa, ve y échate una siesta”. Es maravilloso. No hace falta ni poner cara de pena... claro que, a todo cerdo le llega su San Martín. Y cuando nace el niño, la madre ya no está. Desaparece, finito, caput. Ya solo hay ojos para el bebé. Llama una tía/amiga/prima/”loquesea” y te dice “¡oye! ¿vas a estar en casa? Esta tarde voy a verte” ¡Será mentirosa! ¡Si solo te quiere para que le abras la puerta! Y ahí tienes a tu tía/amiga/prima/”loquesea” agarrada como un aguilucho al borde de la cuna mirando a tu bebé. A ti no te queda otra que sentarte en el sofá junto a tu santo, que con cara contrita te dice: “Bienvenida al universo paralelo de los padres olvidados. Yo llegué hace nueve meses... No te preocupes, al final, te acostumbras”

            Lo que resulta altamente curioso es la cantidad de maneras de nombrar el hecho.
-          Primero está llamarlo “embarazo”, que es la más común. Significa que eres una embarazada más en el exclusivo clan de las embarazadas chorreantes de hormonas. Pero, a mí me parece que llamarlo embarazo es como muy corriente, muy del montoncillo...
-          Me gusta mucho más lo de “estar encinta”. Si estás encinta tienes permanentemente cara angelical. Ni vomitas, ni se te hinchan las piernas, ni te salen manchas coloradas en la cara. Incluso no necesitarás ni hacerte las raíces. ¿Ves un cuadro de una Virgen de Murillo? Pues así.
-          También puedes decir: “estado de buena esperanza”. Pero entonces, serás una mujer en blanco y negro y la vecina de arriba es Gracita Morales. En la cara te saldrá “paño” y no estarás de “x semanas”, si no, de “x faltas”.
-          La que mola un montón es: estado de “gravidez”. Si eres una mujer grávida, seguro que eres científica de la N.A.S.A., llevas gafas y fuiste la primera de tu promoción. Tendrás hipertrofia mamaria y cloasma gravídico.
-          Y por último. Estar “preñada”. Suena a campestre, naturaleza, aire puro... Estar preñada es el colmo de la pertenencia a la especie de los mamíferos.


Cuando te quedas embarazada no puedes parar de pensar en si será niña o niño. Hasta aquí todo normal. El problema, en mi caso, era doble. O tenía un ser hermafrodita que mutaba de sexo, volviéndome loca, o quizá tenía cuatro niños y cinco niñas dentro (aproximadamente, claro) y alguno debe seguir ahí escondidillo, porque, que yo sepa, la matrona solo sacó uno. Y es que hay varias pruebas de irrefutable eficacia e indiscutible base científica para determinar el sexo del bebé. Y siempre hay varias personas cercanas con irrebatible experiencia en cada una de ellas. Que yo recuerde: La prueba del péndulo oscilante me dijo que sería niña; el calendario chino, que niño; el calendario maya, niña; tripa redonda, niña; cara afeada, niño (con lo cual, yo me mosquearía si te dicen “tienes cara de tener un niño”); pies fríos, niño; te apetecen dulces, niña; la interpolación estelar del ascendente del padre con la fase lunar en el momento de la gestación, niño; y una prima de Cuenca que le daba el pálpito de que iba a ser niña.
Ahora que lo pienso, menos mal que el veredicto solo tiene dos soluciones, hucha o peseta. Si la especie humana constara de cinco sexos diferentes, no me quiero ni imaginar el estado de la salud mental de la embarazada.



Otro tema interesante durante el embarazo: los antojos.
Dicen que si no se complace un antojo a una embarazada, el bebé nace con una mancha en la piel con la forma del deseo no satisfecho. Tres meses, ¡tres! me tiré sin dormir. Dando vueltas y vueltas en la cama. Rezando para que mi niño no saliera con un antojo en forma de “viaje a una playa caribeña con palmera”. Y eso que se supone que eres una mujer hecha y derecha, moderna, sofisticada, madura y equilibrada que no cree en paparruchas… En todo caso, el invento de los antojos está muy bien pensado porque ya que:

1.- Eres TÚ la que se va a poner como un botijo
2.- Eres TÚ a la que se le van a hinchar los tobillos hasta parecer columnas salomónicas.
3.- Eres TÚ la que tendrá las tetas que te van a preceder un par de palmos.
4.- Eres TÚ quien va a tener más sueño que en toda su vida presente y futura.
5.- Eres TÚ a quién se le acabó el dormir de un tirón durante una buena temporada.

Por lo tanto, que EL RESTO DE LA HUMANIDAD te baile un poquito el agua y se movilice para conseguirte cebolla frita, pepinillos en vinagre, cacahuetes o una piña colada 0,0% con sombrillita o lo que sea. Así que: mujer, si estás embarazada, encinta, preñada, grávida o en estado de buena esperanza, pide por esa boquita. ¡Es tu oportunidad!

Sea como sea, esta vez no me queda otra opción que terminar este post igual que lo he empezado (con el corazón en la mano). ¡Que bonito es eso de estar embarazada!

Un abrazo... Dulcemente