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¡Bienvenidos! Este no es un blog de repostería creativa al uso. Aquí tenéis una mezcla de dos aficiones: los postres y escribir lo primero que se me viene a la cabeza. Echadle un poquito de azúcar y humor a vuestras vidas, seguro que os sentiréis mejor. ¡Gracias por leerme!

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Un abrazo... Dulcemente

sábado, 31 de agosto de 2013

¡NOS VAMOS DE BODA!

            (Nota previa: No me olvido de vosotros ni del blog. De hecho, me reconcome la conciencia publicar tan poco. No tengo tiempo, ¡palabrita del Niño Jesús! Seguro que sabéis disculparme. Gracias.)


Todas estas Cookies son galletas de mantequilla
decoradas con glasa real.
               En unos días nos vamos de boda. Así que anestesiaré a Mi Santo para poder ponerle el traje de las bodas y los zapatos de las bodas (aunque decir “de las bodas” es redundante). Tendré que añadir un poquito más de anestésico para colocarle la corbata (de las bodas), porque empezará a protestar. Y es que, por mucho que se rebele con el tema de la corbata, no cedo ni un ápice. Lo más importante de una boda son las corbatas de los chicos. Si no hay corbatas, ¿qué se pone uno en la cabeza para bailar la conga? Una buena vez me intentó convencer para llevarla enrollada en el bolsillo, pero no. Eso no vale. Y no vale porque cuando uno llega al punto de “me voy a poner la corbata en la cabeza, verás qué risa” no tiene la habilidad suficiente para atar ese nudo marinero que no se menea de su sitio.



            Las bodas no comienzan en el momento en el que la novia entra radiante en la iglesia/juzgado/ayuntamiento recortada a contraluz, noooo. Las bodas comienzan cuando abres el buzón y te encuentras la invitación dentro. Este es un momento frigo-dedo o frigo-pié de manual. O te encanta la idea o la aborreces. En cualquiera de los dos casos, recibir una invitación de boda es lo más parecido a recibir una multa de tráfico. El otro día, escuché a un amigo comentar que había recibido una invitación de boda con un número de cuenta y que les había domiciliado la luz, el agua y el gas. ¡Eso es tener estilo!

            La boda continúa con el momento pánico “¿y qué carajo me pongo?” y lo siguiente es un periplo frenético por conseguir el vestido de boda perfecto. La elección del vestido es cuestión de un capítulo aparte. Solamente diré que se cuenta por ahí que una chica repitió el vestido de la boda de su prima y se autodestruyó.



            ¡Por fin llega el feliz día! En la puerta de la iglesia se va formando un informe grupo relleno de tules… gasas… rasos… tocados… sombreros… tacones… la tía Emilia metamorfoseada en ave del paraíso... Saludos, apretones de manos, besos al aire (no se vaya a estropear el maquillaje)… El protocolo manda esperar en el interior de la iglesia. Pero, seamos sinceros, a nosotros el protocolo nos la trae al pairo. Nosotros esperamos en la calle o, mejor, en el bar, que para eso ha creado Dios un bar enfrente de cada iglesia (y las cañitas fresquitas).

            Finalmente entramos y nos vamos sentando en los bancos. Perfectamente podríamos habernos equivocado de boda porque en verdad, a lo único que estamos atentos es al fotógrafo. ¡Y qué  poder ostentan, oye! ¿No te has dado cuenta de hacemos lo que él nos manda? “La novia, aquí” “Ahora los padres” ”Levanta un poco más la barbilla” ”El grupo de los primos, que se achuchen un poco, ¡que no caben!”. Y allá que vamos, sumisos. Estoy pensando hacerme fotógrafa, a ver si mi niño obedece igual.



Esto de las fotografías y las bodas es algo que me ha hecho reflexionar bastante. Y es que el tema ha evolucionado mucho. Primero están las fotos de boda de las bisabuelas. Son esas fotos en blanco y negro en las que aparece el bisabuelo sentado en una silla, más tieso que el codo de un click de famobil. La bisabuela detrás, con la mano castamente apoyada en su hombro y cara de “a ver qué hago yo con éste ahora”. Luego las modas cambiaron y en el álbum de nuestras madres podremos ver la foto “del espejo”. Frente a esos espejos de madera repujada colocaba el fotógrafo a la novia y ¡zasca!, foto en “to´l” cogote. Esa foto la hacían para economizar. Así sacaban el moño cincelado al occipucio y la cara de la novia del tirón. Ahora llega el fotógrafo a casa de la futura esposa y le dice “¡Hale! ¡A saltar en la cama!” Así, sin anestesia ni nada. Tira una ráfaga de disparos y listo. Original, desde luego...



            Y después, al restaurante. Primero te sirven un “cóctel de bienvenida”. ¿De bienvenida? Pero ¡si los anfitriones no están!. Claro que, los señores del hotel son gente muy fina y no se atreven a decir la verdad, que sería algo así como “vamos a echarles alpiste a esta panda para entretenerles mientras esperan a los novios”. Porque, claro, los novios están con el fotógrafo haciéndose fotos “arrumacados” entre frondosos árboles verdes... bueno, eso antes, ahora el novio estará con las perneras arremangadas, metiendo los pies en un río y haciendo como que pesca, para tener unas fotos al nivel de las de la novia saltando en la cama...



            Luego te pasan al salón para la cena propiamente dicha. Y ya sabemos todos lo que nos vamos a encontrar. Una cartulina en color crema, escrita en cursiva, que pareciera que la ha redactado el mismísimo Miguel de Cervantes con el menú que vamos a paladear. Por ejemplo:
-         Tournedo de ternera sobre lecho de reducción de Pedro Ximénez y verduras salteadas.
-          Lubina del Cantábrico sobre lecho de tomates confitados y crujiente de jamón.
-          Lomo de cerdo ibérico relleno de frutos secos sobre lecho de patatas panaderas.
-          Merluza crujiente sobre lecho templado de brotes de soja tiernos y boletus edulis.

Yo no me explico un par de puntos. Primero; ¿porqué tienen que poner los nombres tan intrincados? Jolín, que una vez ponía en el menú “delicia de cerdo crujiente sobre lecho de patata en crema” y resultó ser una salchicha de frankfurt enrollada en bacon con puré de patata de sobre. Seamos sinceros, todos nos hemos criado con triangulitos de mortadela con aceitunas y tranchete, no con “bocadito de fiambre y queso fundido con frutos del olivo” Y segundo: ¿porqué todo va “sobre un lecho”? Que te dan ¿comida cansada?

            Y otra cosa que me aturde mogollón cuando estoy en la cena o comida de una boda: los camareros-espía. Un camarero-espía es ese que está ahí en silencio, vigilando, con las manos a la espalda, quietecito, quietecito, que me dan ganas de echarle una moneda para que cambie de postura, el pobre. Parece que no hace nada, pero siento su mirada clavada en mi cogote... y no sé cómo actuar. Y cómo no sé qué hacer, pues bebo un sorbito. El camarero-espía detecta mi sutil moviento y... ¡Zasca! Rellena mi copa. “¡Caray, que susto!” – pienso. Y bebo otra vez para reponerme y ¡zasca! la rellena de nuevo. Y me pongo nerviosa y bebo otro poquito y ¡zasca! llena otra vez. Y como no quiero hacerle el feo al solícito camarero, pues otro trago “pa´l” gaznate y ¡zasca!, ¡zasca!, ¡zasca!. En resumen: A la próxima boda que vaya, mejor intentaré echarle una monedita al camarero-espía para que cambie de postura porque estoy hasta las narices de salir del comedor a gatas.



            Y, por fin, llega el momento que más me gusta de las bodas: el baile. Me encanta porque no he encontrado a ninguna pareja de novios que sepan bailar el vals. Y, evidentemente, me parto. Ahí les tienes a los dos (un, dos, tres; un dos, tres) intentado no perder el paso (un, dos, tres; un, dos, tres) dando vueltas y vueltas (un, dos, tres; un, dos, tres) sin conseguirlo. Hay novios que dicen “nosotros pasamos de vals, queremos abrir el baile con “los pajaritos” (por ejemplo). Pues el pincha te pondrá “los pajaritos” pero luego, os endosará un vals como la copa de un pino. Garantizado.


Cuando termina el momento vals, empieza el momento de los “pasodobles”. Y llamo “pasodobles” a cualquier danza que se baile emparejado. Da igual que no tengas ni pajolera idea de hacerlo. Basta con agarrarse a la pareja de turno, estirar el brazo y moverlo arriba y abajo como si sacaras agua de un pozo. Puede ser que no te apetezca nada bailar con el Tío Basilio (porque los “pasodobles” se bailan con los tíos, de toda la vida), y, claro, no queda bonito decirle “Tío Basilio, estoy entre “me la refanfinfla” y “me da morcilla” bailar contigo”. Pero yo tengo un remedio eficaz 100%: ponte la corbata de “Tusanto” en la cabeza. Una chica con corbata en la cabeza no es apta para bailar “pasodobles” con el Tío Basilio ni de coña marinera.



En todo caso, lo mejor de una boda es que sea la tuya. Porque mola encontrar a “Tusanto” (o “Tusanta”). Porque mola descubrir que quieres estar con él (o ella) a las duras y a las maduras. Porque mola decirlo en público para que todos se cosquen (que es, en definitiva lo que significa casarse).

Un abrazo... Dulcemente.


(Nota final: Este post va dedicado, con mucho cariño, a María Gra, ESTUPENDA cómplice de tantas gansadas perpetradas en nuestra tierna adolescencia, porque ha encontrado a “Susanto” y ha decidido enviarme una multa de tráfico. ¡¡Enhorabuena, ficha amarilla!!)